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La docencia: dignidad, honestidad y método

Actualizado: 16 nov

Una breve introducción


Aunque siempre existieron maestros que supieron equilibrar la búsqueda de la excelencia, el respeto al individuo y a sí mismos, no fue hasta principios del siglo XX cuando a unos cuantos pensadores y pensadoras, como ya señalaron Dewey, Decroly, Montessori, Piaget o Mistral, se les ocurrió que aquello de pegarle un ladrillazo en la cabeza a un estudiante, pretendiendo que ese bloque duro de conocimiento se incrustase directamente en su hipocampo, no era la práctica más deseable para nadie. También reflexionaron acerca de la deseabilidad de que no todo estudiante iniciático tuviera escrito en la frente ya su nombre de gran profesional, sino que existía una potencia derivada de la educación que podía repercutir directamente en la construcción de una sociedad más justa, más sensible a la belleza y, por tanto, a la justicia, como más tarde subrayarían Vygotsky (1934/1978) y Freire (1970) en sus respectivas teorías socioculturales y críticas. La educación no solo consistía en formar seres altamente productivos, sino también en construir seres altamente conscientes y equilibrados. Observaron que un niño, durante el tiempo que es niño, aprende más y mejor si es considerada su condición de niño y que, en el trabajo comunitario y la experiencia compartida, el conocimiento se vuelve cultura y se hace carne (Bruner, 1996).


En definitiva, se devanaron los sesos intentando que la excelencia conseguida durante el modelo social, educativo y económico de la Revolución Industrial fuera alcanzada a través de un camino que no vulnerase las capacidades ni la dignidad de las infancias. Si un niño era violentado durante su educación, ese infante, de adulto, violentaría a sus semejantes cercanos y estaríamos perpetuando así una espiral de dolor interminable, una idea que ya anticipaban los planteamientos humanistas del siglo XX (Rogers, 1961). De la investigación que llevaron a cabo se destiló un resultado como aglutinante de todas las vías abiertas: la pedagogía es una ciencia que merece espacios de reflexión y autocrítica para ser, a la vez, productiva y respetuosa, algo que la literatura pedagógica contemporánea ha reiterado ampliamente (Elliott, 1991).


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La pregunta entonces pasaba a ser la siguiente: ¿Qué es el respeto al individuo? ¿Adularle? ¿Regalarle caramelos? ¿No exigirle? ¿No es también respeto al individuo dotarle de las herramientas necesarias para asegurarse una profesión? ¿No es respeto al individuo decirle las cosas que están mal aun a sabiendas de que esto podrá generarle dolor?


Decirle a un estudiante que algo no está bien no es faltar a su integridad como individuo. Esta afirmación, que podría parecer de perogrullo, ha dejado de serlo en los últimos tiempos. Unas veces por falta de conocimiento, otras por no querer exponer a estudiantes o familias al mal trago de señalar un trabajo mal realizado, terminamos por ser docentes naíf que sobreprotegen a sus estudiantes. Nos encontramos en un momento histórico en el que conviene recordar que se puede ser exigente sin ser maquiavélico y que una persona no necesita que solo le digan cosas bonitas para crecer, una postura coherente con los principios del desarrollo moral y del aprendizaje significativo (Kohlberg, 1984; Ausubel, 1968).


Es por eso que me gustaría fantasear un poco y pintar varias situaciones contrastantes (que, no por ser fantasías, dejan de ser realidades conocidas en el mundo de la docencia musical) y reflexionar sobre ellas.


12 de febrero de 2020 en un aula de violonchelo de paredes verdes


De un lado, el profesor se erige a sí mismo como una figura cuyo mandato es llevar a su estudiante al virtuosismo más excelso sea cual sea su método. Este profesor considera la presión un recurso pedagógico más. De hecho, se le ha oído decir entre sus amigos músicos que, una vez que el estudiante es exigido al límite, una pantalla se derrumba dentro de él y aparece el virtuosismo.


Efectivamente, el niño pone en juego su instinto de conservación, desdibujándose, y termina por ser un habilidoso esclavo esculpido por el miedo a la torpeza. Todos nosotros, por sobrevivir, somos capaces de proezas físicas inimaginables. Este tipo de educación se convierte más en un acto de supervivencia que de gozo propio.


La familia, único salvavidas en este oscuro panorama, aplaude al maestro por su virtuosismo pedagógico. Tras la clase, el estudiante ve a sus padres reverenciar a la persona que le produce tal sensación de asfixia.


—Tienes que practicar más. El violín todavía suena feo. Está lento — le repiten todos casi al unísono.


El maestro se mete la mano en el bolsillo interior de la chaqueta, saca una piruleta y consigue así la única sonrisa en toda su lección.


12 de febrero de 2020 en el estudio de un profesor de paredes blancas


—Eso está muy bien. ¡Cómo has avanzado en la última semana! Desde que empezamos las clases juntos has cambiado radicalmente tu forma de tocar. Cada vez suenas más profesional. Si sigues así, dentro de poco podrás dedicarte a esto.


El padre y la madre, que están viendo la clase desde el fondo del aula, se miran y se dan cariñosamente la mano. Su hijo, de 25 años, quiere ser violinista y está cumpliendo su sueño.


El chico pregunta:


—¿Cuándo tendré el nivel para presentarme a las pruebas?


El profesor conjuga un pequeño ribete y responde:


—Deja que la flor se abra cuando ella quiera.


Los padres asienten y se emocionan. “Este sabio profesor merece nuestros 80 €”, piensa el padre. El profesor, en su conciencia, sabe que el estudiante está muy por debajo del nivel requerido y que tras estudiar con él saldrá al mundo profesional con muchas carencias inaceptables. Necesita los 80 € para sostener su tren de vida. Se deshace en palabras de halago a su estudiante para mantenerlo embriagado de esperanza. Pone la mano, cobra.


—¡Hasta la semana que viene, familia!


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12 de febrero de 2020 en alguna institución privada con estudios superiores de instrumento


La directiva del centro se ha reunido con el profesor de viola. Tres personas de traje rodean al docente. El motivo de la reunión no está claro, pero el profesor intuye que tiene algo que ver con el abandono de uno de sus alumnos.


—Si no tenemos un mínimo de cinco estudiantes en activo, no se pueden mantener abiertos los estudios.


Tras dicha información se esconde una extorsión. No solo no se mantendría el grado abierto: también peligra su propia continuidad como profesor. Sin alumnos no hay ingresos, y él pasa a ser un empleado poco rentable. El profesor tiene estudiantes externos. La mayor parte de ellos no están preparados para iniciar unos estudios superiores con su instrumento. Los que ya tiene en mitad de dichos estudios no van a terminar su licenciatura con un nivel suficiente, pero…


—La prueba de acceso es tan solo un vídeo que valoráis vosotros. Si lo ves bien, pueden comenzar sus estudios. Por los recitales de final de grado no te preocupes; ya tendrá tiempo en el máster de adquirir el nivel suficiente. Por cierto, ahora tenemos descuentos para entrar en el máster si has estudiado el grado con nosotros.


El profesor sabe que algunos de sus estudiantes no podrán realizar una carrera como intérpretes —ni solistas, ni cameristas, ni miembros de una orquesta—, pero accede. Convence a las familias de sus estudiantes y consigue ostentar el cargo de profesor de violín de estudios superiores.


12 de febrero de 2020 en un centro de educación musical alternativa


—Has tocado muy bien. El pasaje de octavas está mucho mejor que la semana pasada. La afinación general mejoró y tu postura hoy está siendo mucho más bonita.


El estudiante sonríe y se emociona; su profesor ha puesto en valor todo lo que precisamente puso empeño en mejorar. A continuación, el profesor apunta:


—No dejes de prestar atención a cómo respirar entre frases. Además, el compás 15 necesitas estudiarlo lento y no estoy de acuerdo con cómo estás utilizando el vibrato en general.


La madre del chico asiente y percibe que su hijo está en buenas manos, un profesor con conocimiento que es capaz de reconocer el esfuerzo y también de señalar los puntos a mejorar. Nada puede salir mal.


La clase discurre elegantemente a través de juegos, momentos de foco, risas y también invitaciones a la disciplina cuando el estudiante se distrae.

Tres años más tarde, el estudiante ingresa en el conservatorio con un nuevo profesor. Tras dos clases agradables, en la tercera, después de tocar, el alumno recibe la siguiente valoración:


—Mira, llevamos dos semanas de clases y lo que te pedí en la primera todavía no está resuelto. Ponte las pilas o no vamos a trabajar bien. La afinación sigue mal. El vibrato sigue tenso. Los pasajes rápidos, torpes. Las digitaciones te las inventas… Además, me han dicho por ahí que apenas sabes leer en orquesta.


El estudiante sale de clase desorientado, habla con su madre y llama a su antiguo profesor.


—Ya te dije que el conservatorio no iba a ser tan bonito. Quédate con lo que sea útil para ti.


Quizás tu profesor no está sabiendo comunicarte lo bueno; estoy seguro de que en realidad sabe verlo.


A los meses el estudiante no quiere tocar ni estudiar violín. Abandona. El profesor de conservatorio habla con sus compañeros de claustro en una reunión:


—No todo el mundo está preparado para estudiar música a alto nivel.


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¿Qué conclusiones sacamos de todo esto?


Enrocarse en un ideal, anteponer el beneficio propio al beneficio del estudiante o casarse con una sola forma de entender la pedagogía de los instrumentos de cuerda no proporciona las herramientas necesarias para ser un buen docente. La profesión del que enseña es un universo que conviene siempre revisar. En esta revisión están, por supuesto, los propios métodos, pero también nuestra propia moral. Quien crece como humano crece como profesor.


Es responsabilidad nuestra no solo enseñar un bello sonido o una técnica de arco impecable; también, como adultos conocedores de nuestro sector, tenemos que advertir, guiar, acompañar y dibujar a estudiantes y familias el panorama. Solo con conocimiento de todas estas variables el estudiante tendrá verdadero poder para decidir si quiere entrar en el sector interpretativo de la música culta. ¿Y si finalmente decide no tomar este camino? Entonces, en un ejercicio de descentralización y humildad, el docente debe hablar de todos esos otros caminos magníficos que presenta el sector musical más allá de la interpretación académica: el folk, el jazz, la composición, la producción de sonido, la gestión cultural, la propagación del conocimiento musical en colegios, institutos o a los propios adultos y, cómo no, la docencia del instrumento. Todos ellos son caminos dignos donde el estudiante formado en el academicismo de su instrumento pondrá en juego herramientas de sensibilidad, disciplina y paciencia tan genuinas como invaluables.


Fuentes:


  • History of the Curriculum: Early 20th Century American Schooling As a Cultural Thesis About Who the Child is and Should Be — Thomas S. Popkewitz.

  • Picturing the Progressive Education: Images and Propaganda in The New Era (1920-1939) — Sjaak Braster & Maria del Mar Pozo Andrés.

  • La pedagogía activa con metodología escuela nueva en Boyacá: el caso de dos municipios — Armando González-Gutiérrez, Mónica Jacqueline Regalado-Cañón y Alfonso Jiménez-Espinosa.

  • ¿Pedagogía activa o métodos activos? El caso del aprendizaje activo en la universidad — artículo en español que conecta la historia de la “Escuela Nueva” con la universidad.

 
 
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